De la Pantoja y Calatrava…
(o el linchamiento que salvó al condenado)
Esta semana me he encontrado con dos noticias
judiciales que por algún motivo se han asociado en mi cabeza. Por una parte, la
condena de nuestra ilustre folclórica Isabel Pantoja, por haber cometido todo
tipo de desmanes con los dineros públicos y privados en el Ayuntamiento de
Marbella. Y por otra, la nueva demanda que le han metido al otrora aclamado
arquitecto valenciano, Santiago Calatrava, por problemas graves de
impermeabilización en la cubierta de las Bodegas Domecq.
Evidentemente, mi asociación mental podría deberse a
la judicialización de ambos asuntos. O a que no me sean nada cercanos ni los
protagonistas ni el arquetipo cultural que cada uno representa. O a que,
extrañamente, encuentre un ligero parecido físico entre ambos. Pero no. Mi
asociación me produjo cuando vi las imágenes de la Pantoja desmayándose,
rodeada y acosada por decenas de personas y periodistas a la salida de la
Audiencia donde había escuchado su sentencia condenatoria.
Dejo de lado la autenticidad del desvanecimiento de
la folclórica (muy dotadas todas ellas para el drama, como demostró la gran Lola Flores
con su magnífica frase, “zi me queréi’, ¡irse!” en la boda de Lolita). Pero
ocurre que, por algún motivo, siempre que veo a alguien, sea quien sea, y haya
hecho lo que haya hecho, perseguido por una masa enfervorecida, siento una
irracional simpatía por el acosado. Como Malkovich en Las Amistades Peligrosas,
“no puedo evitarlo”.
Pues ante el incendio provocado en la prensa por
esta enésima demanda contra Calatrava, me ha ocurrido algo parecido. En cuanto salió
la noticia, toda la prensa nacional se apresuró a apalear al que antes
llamaban “nuestro arquitecto más internacional”. Y han citado torpemente los
problemas del puente de Venecia, del recubrimiento del Valencia, de la pasarela
y del aeropuerto de Bilbao; y se han rasgado las vestiduras recordando los
honorarios cobrados de Valencia o Palma, los desvíos presupuestarios de sus obras
y su residencia fiscal en Suiza. Pero la cosa no se ha limitado al ámbito de la prensa generalista. Las redes sociales especializadas, los blogs de arquitectura, las
cuentas de twiter de arquitectos y sus muros de Facebook, siguen haciendo de gigantesco e
inmediato altavoz de la noticia, maldiciendo al antes intocable, celebrando por
fin una venganza, parece ser que mucho
tiempo esperada.
No diré nada con respecto al periodismo en general.
Ellos sabrán cual es su criterio y su manera de tratar las noticias.
Personalmente, mi decepción es mayor cada día que pasa. Pero no me siento ni
con fuerzas ni con ganas de intentar comentar lo que me desagrada ese modo de
hacer tan … facilón. Otra cosa es la comunicación entre los propios
arquitectos.
El daño que ha producido Calatrava a la Arquitectura
es mucho más grave que ciertas deficiencias constructivas, desviaciones
presupuestarias u obscuros tejemanejes económicos con el sector público. La
gran culpa de Calatrava es que estaba profundamente equivocado. Se equivocaba
al creer que su arquitectura podría fundamentarse exclusivamente en su
supuesta genialidad y mágica inspiración. Se equivocaba al confundir
complejidad inevitable y complicación innecesaria. Se equivocaba al equiparar
estructura con arquitectura. Se equivocaba al entender que la apariencia lo es
todo. Se equivocaba al desdeñar el
lugar. Se equivocaba al sustituir calidad y reflexión por virtuosismo
repetitivo. Se equivocaba perseguir el equilibrio y la simetría como la única
solución posible. Se equivocaba, en definitiva, en casi todo.
A pesar de las apariencias, una manera infantiloide, superficial y simplona de
entender la Arquitectura que, al igual de los fuegos artificiales, tuvieron
inmediatamente gran éxito de público… y, para sorpresa solo de algunos, de
crítica especializada. Obviamente, surgieron imitadores por
doquier. Las aulas de las escuelas se llenaron de alumnos, tan inspirados como el maestro
valenciano, que también querían expresar su genialidad innata libremente. Un
gran error y un gran engaño, que ha tenido que esperar a la llegada de una
crisis económica para ser
desenmascarado (dicho sea de paso, demonizando, desde una pose ética bastante
pueril de reciente adquisición, a demasiados arquitectos bajo el manido nombre del star-system arquitectónico. En realidad,
absolutamente nada tienen que ver unos con otros. Unos estaban equivocados y
otros no).
Como arquitecto, ese fue el gran delito de
Calatrava. Desde luego, no demandable judicialmente. Pero sí enjuiciable desde
el razonamiento y la crítica arquitectónica que, gracias a Dios, ya hace algún
tiempo que le ha condenado a la pena máxima: el olvido eterno. O, como mucho, a
la presentación de su obra
como el ejemplo de una equivocación que, durante muchos años, a muchos engatusó.
Para la Arquitectura, Calatrava es un caso cerrado.
El linchamiento público por parte de aficionados me parece, como poco, innecesario, ventajista y repugnante. Que la justicia haga su trabajo en silencio. Pero el
linchamiento por parte de muchos arquitectos, que solo ahora se apuntan ahora
al carro cuando antes se rompían las manos aplaudiendo, es aun peor. Y además puede
llegar a ser contraproducente y provocar el efecto de salvar el alma del
condenado. La repulsión hacia este linchamiento apoyado en cuestiones técnicas
y económicas de toda índole, puede obligarnos a olvidar su primera y más importante condena
para la Arquitectura: estaba equivocado.
Dicho esto, espero de todo corazón, no tener que
escribir una línea más en toda mi vida, sobre la figura de Calatrava.
Aunque puede que sí de la Pantoja …
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