viernes, 19 de abril de 2013

TaA: De la Pantoja y Calatrava…(o "el linchamiento que salvó al condenado")




De la Pantoja y Calatrava…
(o el linchamiento que salvó al condenado)

Esta semana me he encontrado con dos noticias judiciales que por algún motivo se han asociado en mi cabeza. Por una parte, la condena de nuestra ilustre folclórica Isabel Pantoja, por haber cometido todo tipo de desmanes con los dineros públicos y privados en el Ayuntamiento de Marbella. Y por otra, la nueva demanda que le han metido al otrora aclamado arquitecto valenciano, Santiago Calatrava, por problemas graves de impermeabilización en la cubierta de las Bodegas Domecq.
Evidentemente, mi asociación mental podría deberse a la judicialización de ambos asuntos. O a que no me sean nada cercanos ni los protagonistas ni el arquetipo cultural que cada uno representa. O a que, extrañamente, encuentre un ligero parecido físico entre ambos. Pero no. Mi asociación me produjo cuando vi las imágenes de la Pantoja desmayándose, rodeada y acosada por decenas de personas y periodistas a la salida de la Audiencia donde había escuchado su sentencia condenatoria.
Dejo de lado la autenticidad del desvanecimiento de la folclórica (muy dotadas todas ellas para el drama, como demostró la gran Lola Flores con su magnífica frase, “zi me queréi’, ¡irse!” en la boda de Lolita). Pero ocurre que, por algún motivo, siempre que veo a alguien, sea quien sea, y haya hecho lo que haya hecho, perseguido por una masa enfervorecida, siento una irracional simpatía por el acosado. Como Malkovich en Las Amistades Peligrosas, “no puedo evitarlo”.
Pues ante el incendio provocado en la prensa por esta enésima demanda contra Calatrava, me ha ocurrido algo parecido. En cuanto salió la noticia, toda la prensa nacional se apresuró a apalear al que antes llamaban “nuestro arquitecto más internacional”. Y han citado torpemente los problemas del puente de Venecia, del recubrimiento del Valencia, de la pasarela y del aeropuerto de Bilbao; y se han rasgado las vestiduras recordando los honorarios cobrados de Valencia o Palma, los desvíos presupuestarios de sus obras y su residencia fiscal en Suiza. Pero la cosa no se ha limitado al ámbito de la prensa generalista. Las redes sociales especializadas, los blogs de arquitectura, las cuentas de twiter de arquitectos y sus muros de Facebook, siguen haciendo de gigantesco e inmediato altavoz de la noticia, maldiciendo al antes intocable, celebrando por fin una venganza, parece ser que  mucho tiempo esperada.
No diré nada con respecto al periodismo en general. Ellos sabrán cual es su criterio y su manera de tratar las noticias. Personalmente, mi decepción es mayor cada día que pasa. Pero no me siento ni con fuerzas ni con ganas de intentar comentar lo que me desagrada ese modo de hacer tan … facilón. Otra cosa es la comunicación entre los propios arquitectos.
El daño que ha producido Calatrava a la Arquitectura es mucho más grave que ciertas deficiencias constructivas, desviaciones presupuestarias u obscuros tejemanejes económicos con el sector público. La gran culpa de Calatrava es que estaba profundamente equivocado. Se equivocaba al creer que su arquitectura podría fundamentarse exclusivamente en su supuesta genialidad y mágica inspiración. Se equivocaba al confundir complejidad inevitable y complicación innecesaria. Se equivocaba al equiparar estructura con arquitectura. Se equivocaba al entender que la apariencia lo es todo.  Se equivocaba al desdeñar el lugar. Se equivocaba al sustituir calidad y reflexión por virtuosismo repetitivo. Se equivocaba perseguir el equilibrio y la simetría como la única solución posible. Se equivocaba, en definitiva, en casi todo.
A pesar de las apariencias, una manera infantiloide, superficial y simplona de entender la Arquitectura que, al igual de los fuegos artificiales, tuvieron inmediatamente gran éxito de público… y, para sorpresa solo de algunos, de crítica especializada. Obviamente, surgieron imitadores por doquier. Las aulas de las escuelas se llenaron de alumnos, tan inspirados como el maestro valenciano, que también querían expresar su genialidad innata libremente. Un gran error y un gran engaño, que ha tenido que esperar a la llegada de una crisis económica para ser desenmascarado (dicho sea de paso, demonizando, desde una pose ética bastante pueril de reciente adquisición, a demasiados arquitectos bajo el manido nombre del star-system arquitectónico.  En realidad, absolutamente nada tienen que ver unos con otros. Unos estaban equivocados y otros no).
Como arquitecto, ese fue el gran delito de Calatrava. Desde luego, no demandable judicialmente. Pero sí enjuiciable desde el razonamiento y la crítica arquitectónica que, gracias a Dios, ya hace algún tiempo que le ha condenado a la pena máxima: el olvido eterno. O, como mucho, a la presentación de su obra como el ejemplo de una equivocación que, durante muchos años, a muchos engatusó.
Para la Arquitectura, Calatrava es un caso cerrado. El linchamiento público por parte de aficionados me parece, como poco, innecesario, ventajista y repugnante. Que la justicia haga su trabajo en silencio. Pero el linchamiento por parte de muchos arquitectos, que solo ahora se apuntan ahora al carro cuando antes se rompían las manos aplaudiendo, es aun peor. Y además puede llegar a ser contraproducente y provocar el efecto de salvar el alma del condenado. La repulsión hacia este linchamiento apoyado en cuestiones técnicas y económicas de toda índole, puede obligarnos a  olvidar su primera y más importante condena para la Arquitectura: estaba equivocado.
Dicho esto, espero de todo corazón, no tener que escribir una línea más en toda mi vida, sobre la figura de Calatrava. Aunque puede que sí de la Pantoja …

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